La escuela, un lugar habitable.

“Voy a empezar hablando desde marzo, cuando pensaba que solo iban a ser unos quince días sin clases. Pasaron quince, treinta, sesenta días y cada día se me dificultaba más estar al día con las tareas del colegio y con el idioma que estudio desde hace tantos años. Me afectó, me desmotivó el encierro, me hizo sentir incapaz y sinceramente me sacaba las ganas también no tener una rutina diaria. Mis días se basaban en levantarme, estar con el celular, hacer tareas, alguna que otra clase en zoom y ya está. Probé en tratar de armarme una rutina pero el cambio de horarios me lo hizo imposible, tuve un parate de veinte días sin hacer nada. Tenía la cabeza colapsada, se podía decir. Llegó la fase cinco a mi ciudad, me puse feliz, por fin iba a poder ver a mis amigos, aunque fuera con barbijos y las protecciones necesarias. Ya iba a poder reírme tanto como lo hice en el verano, porque no es lo mismo hablar por videollamadas que estar ahí, cara a cara. Todo bien, más contenta. Durante ese mes de julio pude disfrutar mi ‘vida normal’ otra vez, después de tanto. Terminaron las vacaciones de invierno y lo único que hice fue estar con el celular y olvidarme del colegio, no tengo muchas ganas de volver a las tareas otra vez, ya me aburre tener que hacer todo sola, no estar acompañada de mis compañeros ni profesores… A pesar de que a veces me da pereza estar en clase, me hace falta su ayuda constante, su presencia. Tengo tantas ganas de volver a la escuela, me parece tan necesaria la rutina y tan necesario ver a la gente todos los días (más allá de mi familia), estar con mis amigos, disfrutar de los recreos, todo. Extraño la vida normal y, como me dijo alguna vez mi abuela, uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

Ana

Estudiante del Ciclo Superior de una Escuela Secundaria

En su libro Mal de escuela, publicado en 1992, el escritor y docente Daniel Pennac expresa: “La presencia del profesor que habita plenamente su clase es perceptible de inmediato. Los alumnos la sienten desde el primer minuto del año, todos lo hemos experimentado: el profesor acaba de entrar, está absolutamente allí, se advierte por su modo de mirar, de saludar a sus alumnos, de sentarse, de tomar posesión de la mesa. No se ha dispersado por temor a sus reacciones, no se ha encogido sobre sí mismo, no, él va a lo suyo, de buenas a primeras, está presente, distingue cada rostro, para él la clase existe de inmediato.

Esta presencia la sentí de nuevo, hace poco, en Blanc – Mesnil, adonde me invitó una joven colega que había sumergido a sus alumnos en una de mis novelas. ¡Qué mañana pasé allí! Bombardeado a preguntas por unos lectores que parecían dominar mejor que yo la materia de mi libro, la intimidad de mis personajes, que se exaltaban ante ciertos pasajes y se divertían poniendo de relieve mis tics de escritura…

(…) Y he aquí que me sentí atrapado por el torbellino de una controversia literaria donde los alumnos me hacían muy pocas preguntas convencionales. Cuando el entusiasmo levantaba sus voces por encima del nivel de decibelios soportable, su profesora me hacía una pregunta, dos octavas más baja, y la clase entera adoptaba aquella línea melódica.

Más tarde, en el café donde almorzábamos, le pregunté cómo hacía para dominar tanta energía vital.

Primero lo eludió.

– No hablar nunca más fuerte que ellos, ese es el truco.

Pero yo quería saber más sobre el dominio que tenía de aquellos alumnos, su manifiesto gozo por estar allí, la pertinencia de sus preguntas, la seriedad de su atención, el control de su entusiasmo, la energía y la alegría del conjunto (…)

Sumó mis preguntas, reflexionó un poco y respondió:

– Cuando estoy con ellos o con sus exámenes, no estoy en otra parte.

Cada alumno toca su instrumento, no vale la pena ir contra eso. Lo delicado es conocer bien a nuestros músicos y encontrar la armonía. Una buena clase es una orquesta que trabaja la misma sinfonía”.

Las palabras de Ana y las de Daniel Pennac nos guían a un escenario que, en este contexto inédito de pandemia, ha asumido el valor del lugar que es indispensable que los estudiantes habiten, porque es el mejor lugar en el que los jóvenes logran ampliar su panorama vital, comparten  la variedad de la obra creadora del ser humano.

La escuela no solo transmite conocimientos sino que forma en valores. Se trata de comprender la experiencia vital que evoca Daniel Pennac en su libro Mal de escuela cuando nos cuenta sobre su conversación con la Profesora que lo invitó a su clase. Es la actitud personal de la docente la que crea el clima emocional del aprendizaje, una persona que despierta la curiosidad en sus alumnos, que los guía en la aventura del conocimiento.

Pensar acerca de cómo contemplamos a la escuela en este tiempo particular, en este contexto inédito, presenta el desafío de entender la complejidad de los hechos, de plantearnos cómo enriquecer la vida de los estudiantes, creando propuestas pedagógicas dinámicas, creativas, contextualizadas, actividades que favorezcan nuevas formas de cognición.

La mayoría de las instituciones y sus docentes ensayaron múltiples formas de afrontar la suspensión de las clases presenciales, promoviendo vínculos y diseñando nuevas posibilidades para el desafío de enseñar y aprender.

Nuestra sociedad no puede ni quiere prescindir de la escuela.

El encuentro cara a cara, cuerpo con cuerpo, entre los que enseñan y los que aprenden ya no forma parte de la rutina cotidiana.

Es valioso el esfuerzo de producción de contenidos por parte de especialistas, y de equipos docentes que rápidamente accedieron a los entornos virtuales en diferentes  condiciones.

Las escuelas desarrollaron diversidad de alternativas para sostener los vínculos con los  estudiantes y sus familias, ofreciendo materiales y accesos a diversos modos de aprendizaje.

Es importante tener en cuenta que, en esta situación, tanto los estudiantes como quienes los acompañan,  se encuentran afectados por diversas situaciones (estrés, falta de rutinas, etc.).

Esta experiencia de escuela en la virtualidad  ya  ha confirmado que la utilización de las nuevas tecnologías al servicio de la enseñanza y el aprendizaje no es suficiente para estimular la capacidad intelectual de los estudiantes.

Aprender es un trabajo, una tarea nada sencilla que supone que cada persona emprenda un esfuerzo individual destinado a modificarse a sí misma, por lo general con ayuda de otros.

Guillermo Jaim Etcheverry, actual presidente de la Academia Nacional de Educación, en su libro recientemente publicado Educación. La tragedia continúa, afirma: “La escuela es el privilegiado refugio de lo humano”.

Más adelante, en el mismo libro, cita expresiones de Randy Sparkman (tecnólogo estadounidense interesado en las implicancias culturales de los medios y las máquinas): “(…) aunque hayamos ocupado con tecnología cada resquicio de nuestras vidas, la naturaleza esencial del ser humano ha cambiado poco. Seguimos siendo seres motivados por los desafíos, discutidores, sociables, orientados hacia el trabajo, dispuestos a tomar riesgos, regidos por el espíritu.

Las nuevas tecnologías se han transformado en instrumentos útiles para la enseñanza y el aprendizaje en este tiempo tan particular. Su aporte es valioso en este momento.

Sin embargo, sabemos también que no todos los estudiantes pueden acceder  a estos recursos, y esta situación los ubica en desventaja.

En el libro Escuelas en escena. Una experiencia de pensamiento colectivo, Silvia Duschatzky, Gabriela Farrán y Elina Aguirre, docentes e investigadoras de la FLACSO, explican, a partir de espacios de encuentro con docentes : “En los trabajos con los docentes, la frontera entre lo íntimo y lo público es muy sutil. Cada uno habla y si bien se habla de problemas que aquejan a un lugar público, como puede ser la escuela, en rigor se está hablando de nuestro modo de experimentar situaciones. Se trata, sin embargo, de una polifonía, de un hilván de voces que es mucho más, o bien de un orden distinto, que es una sucesión de palabras emitidas a su turno por cada emisor. Una polifonía, no una relación entre emisores y receptores. Y una polifonía lejos de la suma de voces expresa la intimidad de un habla que se pone de manifiesto en un doblez del lenguaje, en aquello que justamente lo convierte en habla”.

La escuela es el ámbito privilegiado que conlleva procesos de formación de la ciudadanía.

Por Mónica L. Strasser

Profesora en Castellano y Literatura

La escuela, un lugar habitable.

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